El caracter.

Viendo La cocinera de Castamar, una serie española, me asaltó un latinazo: “Credo ut intelligam”  de San Anselmo. Traducción libre: Para comprenderlo hay que integrarlo. Comprender para creer. Una amiga me ha dicho: “cómo te gusta vulgarizar”  es mi forma de apropiarme del mundo que me rodea. Para hacerlo mío, en sus ojos lo vulgarizo, could be, pero lo que sí pasa es que para disfrutar de algo tengo que entenderlo, lo que no es mío, pasa por el filtro sin dejar nada.  Así que veo la serie La Cocinera… y mi filtro se incomoda… de tonterías varias, (una mujer feminista en el siglo 18, un negro hermano de un duque en la corte española. Me río de cómo tratan de contentar al publico del siglo XXI cambiando la realidad del siglo XIX). La serie es una especie de traducción de Downton Abbey a la española me aburrí y me puse a pensar en el carácter y sus características si se me permite el juego de palabras. 

 El carácter es el conjunto de medios que creamos a lo largo de los primeros años con el objetivo de salir airosos del enfrentamiento al medio. Vaya, que no perezcamos en el paso del tiempo. Crecer con carácter. Pero el carácter tiene un handicap, al ser tan repetitivo se cristaliza, se hace rígido, se hace férreo. Y deja así de ser algo válido para la vida y se convierte en su mayor obstáculo. Decimos:  “Marcial tiene carácter” y suena a algo bueno. Si se compara con frases como “Marcial es así”,  “Marcial es un verso libre” “Marcial ha perdido el juicio”; son  frases que significan que el grupo ya conoce mi carácter y sabe cómo tratarme, me toleran, que actúo de forma poco común, incomprensible. Pero al mismo tiempo significa que no me adapto muy bien a los cambios. El carácter debe sí ayudar al desarrollo, a la adaptación de la persona a la vida. La capacidad de adaptarse ya se sabe es la medida para no seguir el destino de los dinosaurios. En la medida en que podamos adaptarnos encajaremos mejor los “golpes de los heraldos negros”, (que le voy a hacer se me sale la poesía cuando quiero filosofar) 

Formamos nuestro carácter de modo intuitivo, nadie nos ayudó a sabiendas. Fuimos a la escuela, y nos instruyeron, pero creo que como especie fallamos en la educación. Educación es diferente de instrucción. Estudiamos matemáticas, etc. pero no estudiamos “caracterología”  asignatura que debía ser obligatoria para aprender a conocernos a nosotros mismos desde la mas tierna lección. Pero bueno con estos bueyes intuitivos hemos arado. 

El carácter puede neurotizarse, cuando el adaptarse a una realidad nueva se torna una eterna discusión, una eterna diatriba con el entorno. De ahí el termino neurosis. En el carácter es el yo quien corta el bacalao, mientras en la neurosis el yo es comido por la magnitud de los golpes y responde con coces. Las respuestas que damos en la neurosis es una guerra de todos los rasgos de la personalidad. 

Me explico. En el caso de una enfermedad neurológica nuestro carácter pasa a segundo plano y las respuestas que damos ante el cambio son intuitivas. Si en un estado normal nuestro carácter nos ha “sedimentado” nos ha formado como alguien muy organizado, o como alguien un poco dejado de la higiene o egoístas, en el momento en que sufrimos una enfermedad neurológica esas características del carácter que en un principio nos ayudaron a “vivir” se cristalizan, se agudizan aun más y la persona se torna un maniaco de la organización insufrible, un guarro de solemnidad, o un yo yo y yo y después yo.

Lo mismo puede pasar cuando una persona envejece, y me refiero con envejecer no a la edad biológica. Una persona envejece cuando se torna intransigente ante el más mínimo cambio.   

Por eso mientras más y mejor formada esté nuestra personalidad; más y mejores armas tendremos para adaptarnos a los nuevos cambios que nos asalten. 

 Los que hemos estudiado humanidades sabemos que hay varias formas de llegar a Roma.

Anecdotario: Este primavera fuimos al Almería, vimos una tapia forrada de Bougainvillea. Pongo el nombre científico a propósito porque en cuanto la vimos yo (cubano) dije:  ¡Qué bugambilia más bonita, y una amiga española no pudo aceptar el nombre que yo le daba a esa planta que aquí se llama buganvilla. Cada vez que hablábamos de la planta perdíamos unos segundos en los que ella trataba de corregir el nombre que yo le daba a la planta. Y yo decía qué intransigente, cómo puede ser así. Pero como no hubo una boca que no habló que Dios no castigase… continuamos caminando y vemos otra planta y vuelvo a poner su nombre científico para que me entendáis mejor: Hibiscus. Íbamos por la acera y otro amigo camagüeyano dice: “¡Qué amapola más grande!”  Mi yo habanero saltó picado: “¡Dirás qué Mar Pacífico más grande!”  Pues nada,  que discutimos un rato, hasta que la lógica aplastante  del camagüeyano me explicó que sí que la amapola tiene un Pinocho y que por las mañanas los niños se lo pegan en la nariz. Comprendí que en Camagüey como en la Habana se trataba de la misma flor porque yo de niño también hacia lo mismo. Y llegamos a Roma por distintos lugares.

Como ahora tengo internet ahora sé que el hibisco tiene múltiples nombres según el lugar donde se esté: Clavel, sangre de cristo, rosa de jamaica, rosa de china, y hasta tulipán. En fin a lo que quiero llegar hay que ser flexible, o nos perdemos en discusiones estériles sobre un nombre. ¡Vivan los sinónimos! 

 Necesitamos formar nuestro carácter para llegar a formarnos, realizarnos como personas, pero cuando ya hemos llegado a formarlo tenemos que aprender a “disolverlo” hay quién diría “pulir la piedra” para mejor encajar en el grupo.  Por la sencilla razón que cada uno ha formado su carácter como mejor Dios le ha dado a entender.  

Es un trabajo arduo este mirarse a sí mismo, como si delante de un espejo se estuviera, creo recordar que en  la mitología había una prueba con un espejo… somos la única especie que es capaz de ver/analizar/recrear su mundo interior. Bueno eso queremos creer, pues nunca un elefante ha hecho un escrito como este; o un poema/ o una escultura; o nunca un tigre va al psicólogo y le cuenta sus cuitas. 

Hablo de la conciencia, de la capacidad espiritual, que desarrollamos en el arte, es como si el carácter destilara su esencia en  las obras del espíritu. 

Hay muchos aspectos que influyen en el carácter: Político, geográfico, familiar, no se trata solo el carácter de una elección personal. Pero sí es cierto que hay un carácter chino, uno alemán y uno español. Es decir ante idénticas situaciones reaccionan los nacionales de China, Alemania, España siempre de la misma manera. Lo veo a diario en el juzgado. Los chinos van por libre, dudan de su abogado y claro no se dejan guiar por su abogado y en la preparación del juicio le dicen a su abogado una cosa y delante del juez contestan todo lo contrario, quedando indefenso. Están usando su “carácter nacional” frente al carácter español que es el que lo juzga y claro salen condenados porque el juez no se para a pensar en este aspecto. Los condena y a otra cosa mariposa. 

En la formación del carácter influye el mejor invento del ser humano: la abuela. La abuela está en esa fase de cristalización, en la fase más conservadora de su carácter, los rasgos de su carácter son “anticuados” en comparación con el carácter “innovador” de la madre y así los rasgos del niño se forman con más influencia de lo más “viejo”, que de lo más “nuevo”. La evolución es en espiral diría aquél filosofo materialista dialéctico de cuyo nombre ya me olvidé. 

Resumiendo, creo que el carácter debe mantenerse joven, es decir con capacidad para adaptarse a los cambios. Como buen humanista no tengo la solución pero sé por donde anda. ¿Recuerdan el latinazo de san Anselmo que mencioné al principio? Creo para comprender, no comprendo para creer.  Creo que conozco a las personas que quiero y lo hago para comprenderlas.  Como siempre  lograr llegar al aureas mediocritas, al dorado término medio, es la solución. Difícil pero es lo mejor. No se puede ser como Ícaro o Phaetón que por sus excesos juveniles terminaron cayendo. Pero tampoco ser un viejo nos salva.  Hay que bogar por el justo medio. Tomando y dando al mismo tiempo. La frase de los borrachos es genial, dios mío dame fuerza para aceptar las cosas que no puedo cambiar. Porque así se evita uno heridas innecesarias. Pero claro el carácter es personal e intransferible. 

otro tipo de carácter que me he topado últimamente tiene un nombre mitológico y otro popular. Estoy pensando en el síndrome de Procusto y el popular es Hater. sin traducción lograda al español. odiadores. Bueno, Procusto era conocido como el estirador. Tenía dos camas y acostaba a los huéspedes en una o en otra según el tamaño pero para hacer la historia larga corta como dicen los estadounidenses (americano soy yo también) y a todos los huéspedes o los estiraba o los cortaba lo que sobresalía de la cama. es decir que nunca estaba conforme con la largura del huésped. hasta que se encontró la horma de su «cama» llegó Perseo y lo alargó a él, vaya que le dio su medicina. los fans de Procusto ahora lo que hacen es encontrar en la persona que habla o trata con el actual Procusto tantos defectos como arena tiene la playa. nadie es «pasable» todo el mundo está mal y tiene tantos defectos como sean posible. Son personas que prácticamente ni escuchan lo que se le dicen, su dialogo es un monólogo y siempre terminan en un ataque personal. descuartizan al primero que se les pone a tiro. ¡pobres!