Polluelos caídos a la acera,
pequeñitos destinos perdidos,
enraizados en el grito,
hundidos al pie del árbol.
Son el ciclo de nieve
en su escrutabilidad,
son la voluta, inesperada bella,
que sin preguntar nos divierte.
Ahogados en sus destinos
desligados, en chillidos interminables,
caídos del seguro gris en verde
sienten el pulso en sordina
entrar en curva corintia.
Pasan esferas flotantes,
que los ignoran.
La amorosa mirada desde el nido,
sabedora escatológica,
dividida entre el ala, la mano subjuntiva,
los destinos involados
y los caídos del gris
que no suben por su mirada,
sordos a sus gritos.
Tras la ventana en el cálido café
“con suavidad atraviesa
mi ánimo todo”
sobre la tórrida acera
una lenta nieve blanca