Carta a un joven poeta.

rilke   Leer poesía es como tirarse a bucear sin oxígeno. Se debe hacer en silencio, en la intimidad. Es como entrar en un sueño ajeno, no se debe alterar nada porque el resultado sería otro sueño.  Cuando el autor nos es conocido el buceo se nos hace un paseo por la alameda con todas las facturas pagadas. ¿Hoy quién no entiende expresiones como estas? «volverán las oscuras… «anda jaleo jaleo», «Margarita está linda la mar», «yo tengo más que el leopardo», y así puedo estar hasta las calendas griegas. Estos dinosaurios de nuestro lenguaje forman hoy la historia. la música de nuestra lengua, pertenecen a nuestro adn literario. Como ya las hemos incorporado a nuestro lenguaje cotidiano, su ritmo, sus giros no nos molestan, nos gusta su originalidad, su lógica estructura es la estructura de nuestro sentir.
Pero cuando nos enfrentamos a un poeta nuevo, el juego es distinto. acostumbrados a nadar en un mar ahora buceamos en un río. Nadar en agua dulce es distinto a nadar en el mar. Y dependiendo como sea el reflejo del agua en el poema la impresión será ‘’más impresionista o más surrealista.’’ ¿a dónde quiero ir? Leer un poeta nuevo exige de nosotros acostumbrarnos a su forma de hablar, lo que se llama idiolecto. Si no estamos dispuestos, abiertos a su forma nueva de prepararnos el café, a bailar en su feria y a comprar su moto… entonces mejor ni intentarlo. Cuando leemos un primer poema de un nuevo autor… su sensibilidad nos parecerá rara, nos parecerá que viola las leyes más elementales del idioma.
Mi experiencia en este sentido me recomienda hacer como si estuviéramos en una cata. Probar el vino (léase: poema) y ver qué sensación nos produce. Y hacer otra cosa. Al cabo del rato volver a leer el poema, veremos que no el mismo poema que seguramente no entendimos al principio. Que ahora vemos detalles que antes pasábamos por alto. Y así iremos desgranando el sentido del nuevo poeta. más qué giro suyo nos empieza a tocar las fibras. Y así continuar Leer otro y otro, nos lleva a la práctica, pues no permite que nos anquilosemos. Y darle la oportunidad de explicarse. Dejar que nos gane, comprender que nos va gustando. Esa es la oportunidad que le regalo a un nuevo poeta.

 

Radio Futura – Escuela de calor

sol naciente

Tras el ataque terrorista a Barcelona cogí el metro. De forma inconsciente iba mirando a la gente y evaluando quién podría ser un terrorista. Fue un proceso que duró los casi 45 minutos que tenía de trayecto. En realidad, ser juez es muy difícil. Uno me parecía terrorista hasta que vi que llevaba un tatuaje de las reliquias de la muerte y me dije este no puede ser terrorista si le gusta “Harry Potter” me fijé en otros cuyos biotipos “encajaban” pero al final siempre encontraba o que tenía las uñas manchadas de construir, venía de su trabajo y estaba muerto de cansancio, o que otro iba escuchando música chunda chunda, o qué se yo. Siempre encontraba algo que no me permitía encasillarlo en el campo: “Terrorista”. Tras mi fallido experimento como juez, me bajé del metro con dolor de cabeza. Mis amigos me preguntaron cuando me vieron qué me pasaba. Barcelona fue mi contestación.
Uno de estos amigos siempre está bromeando con mi negritud. Me molesta sólo en la medida que enturbia la percepción de mi mensaje, o sea que me molesta sobre manera. Pues me digo, me conoce hace casi 4 años y cada vez que nos vemos cae un chiste, una oración sobre mi negritud. ¿Qué lo lleva a hacer eso? A recordarme constantemente y modo de chanza que soy negro… Algo que yo llevo con la naturalidad con la que llevo mi nombre… los chistes de mi amigo me hacen recordar el chiste del judío: “Señor ¿podrías por un rato escoger otro pueblo?” Tras cuatro años lo único que ve en mí es mi negritud. Creo que en realidad mi amigo se guarece en la seguridad que nos brindan los clichés. Si encasillamos “algo” en un campo x todo nos irá sobre ruedas. Podemos dedicarnos a nuestra vida, sin el dolor de cabeza que nos depara el no saber qué hacer con lo imprevisto, con lo que es diferente a nosotros. Tendremos nuestra conciencia tranquila
Centrémonos en un delito menos grave para que el contrapunto metafórico no nos duela tanto: (aunque ya os digo que volveré sobre el tema) los Okupas.
El que alguien tenga pinta de okupa no debe ser acicate para detenerlo. Más bien se convierte en óbice para su detención, pues la policía sabe que tiene que demostrar sin dejarse influir porque hieda y tenga rastas que el indiciario okupa ha delinquido. Y así evitar que su abogado lo tenga fácil para con la ley en la mano ponga al desdichado parásito de nuevo en circulación. Hace rato que entendí que “tener pinta de” no asegura “ser autor de”. Si vemos a uno con rastras y con olor a establo y nos apartamos y lo tratamos como se trata a un okupa… quizás por ley matemática nos perdemos conocer a la persona que hay tras ese escudo que le brinda la estética okupa. Quizás, quizás, quizás…puede que no, puede que en realidad el okupa sea un hijo de puta de catálogo. Pero démosle la oportunidad. Yo que soy ateo por la gracia de Dios no diré metete el gato por c… y esperaré…
Vivo en un país donde el modus operandi de las fuerzas de seguridad, del poder jurídico e incluso de los políticos se rige por el axioma de Montesquieu: separación de poderes.
Que en nombre de un dios un loco sea capaz de coger una bomba y subirse a un tren y joder la vida de los que viajan a trabajar o a tomarse una cerveza, es una locura. Puede dar la impresión de que vivimos en una sociedad donde salir a la calle sea una locura. Puede que nos llevemos la impresión que los terroristas ganan. Puede parecer que si miramos para otro lado no pasa nada, que no hay solución posible… hace falta calor… vengan a la escuela de calor… a los que piensan que no hay solución… hace falta valor, vengan a la escuela de calor.  Yo creo que sí la hay. En realidad, quiero creer en el mejoramiento humano, como decía el poeta cubano blanco, cabezón y de ojos zarcos.